En un poco más de seiscientos kilómetros de ruta se hilvanan un puñado de ocho localidades y varios parajes. Se la conoce como Línea Sur y se asocia a la profundidad de la Patagonia, semi poblada e inhóspita.

A lo largo de esa línea, existen una serie de emprendimientos turísticos que desde hace más de una década buscan generar una forma más amable de convivir con la naturaleza y las costumbres rurales. También  valerse del turismo para generar ingresos económicos sustentables.

Este año, la Pandemia producto de covi 19 atravesó todas las áreas de la vida a lo largo y ancho del planeta. La industria turística, esa que se basa en el movimiento constante de cuerpos, fue el sector más afectado. En nuestro país, hace ocho meses que el parate es absoluto.

El pasado 27 de septiembre, al conmemorarse el Día Internacional del Turismo, la Organización Mundial del Turismo (OMT) destacó que será precisamente el Turismo Rural el motor de desarrollo en épocas de covid 19 e incluso después, si es que algún día se logra eliminar o controlar el virus.

Las razones son obvias y obedecen a una mejor posibilidad de manejar protocolos de bioseguridad: espacios amplios; pocas posibilidades de aglomeración de personas y la cercanía de las ofertas a las ciudades de origen de los visitantes.

La Línea Sur en la provincia de Río Negro, la Estepa patagónica en su máxima expresión, cumple con todos esos requisitos. Será quizás una buena oportunidad para esas localidades, golpeadas históricamente por la falta de posibilidades de crear fuentes sustentables de ingresos.

¿Pero solamente la vasta soledad de la región es una ventaja?

Cada localidad de la línea sur tiene para ofrecer una serie de elementos propios que reivindican la construcción social y cultural que tiene siglos de historia, precisamente porque se sustenta sobre la presencia de pueblos originarios. Así como también el multiculturalismo, -marcado principalmente en su gastronomía- que aportaron las diferentes corrientes migratorias.

La localidad de Valcheta –la primera desde el inicio de  la línea sur en el extremo este- ofrece un parque paleontológico único, donde se haya un bosque petrificado. Promueve cada año la fiesta Nacional de la Matra y las Artesanías. Tiene obviamente esa enormidad de belleza inabarcable que es la Meseta del Somuncurá.

Sierra Colorada ofrece artesanías, paseos por formaciones geológicas, los secretos del del hilado, teñido natural, el telar mapuche. Cada 8 de diciembre, el día de en que se celebra el natalicio del pueblo, las calles se llenan de música con la fiesta nacional del cordero, que crece cada año en visitantes y propuestas.

 

Ministro Ramos Mexía tiene circuitos arqueológicos y una historia rica ligada al ferrocarril, así como Ingeniero Jacobacci tiene también a la multiconocida “Trochita”, el viejo expreso  patagónico  -que funciona  vapor-   aun transita por carriles de trocha angosta como un baluarte épico de una Patagonia dura de habitar, poderosamente hermosa.

El Cuy ofrece una aventura ligada a la naturaleza pero también al reconocimiento de la principal actividad productiva de la región, la esquila y el tratamiento lanero.

Son solo algunos ejemplos de aquellos emprendimientos que hoy están reconocidos por las autoridades provinciales y que se encuentran agrupados en la Asociación de Turismo de la Linea Sur.

En esos “ejemplos” de todo lo que puede llegar a crecer la región sur luego de un año tan desfavorable como este 2020, la esperanza está latente, ahora dependerá de muchos factores que se reactive el turismo. Uno de ellos, importantísimo, es que el Estado en todos sus niveles pueda ver esta realidad y decida apoyarlo con políticas públicas acorde.

Mientras tanto, giremos nuestra mirada hacia la línea sur. Quizás nuestro motor de desarrollo.